Liberación de Mónica.

Levantó la mirada, dejó de escribir. ¿Un crujido? ¿Era eso lo que había escuchado? Estaba segura de haber cerrado bien las compuertas antes de bajar.  Le pareció haber escuchado unos pasos… El miedo en seco paralizó su cuerpo, el corazón dio un vuelco y la pluma se le cayó dejando una mancha enorme en el folio. Mónica no podía dejar de mirar a esta mancha creciente. “Si no fuera por el color azul, parecería a aquella mancha de sangre”, pensó intentando borrar de su mente el recuerdo… 

Al minuto siguiente el suspiro de alivio salió de su pecho Era Rubí, su gato que acababa de entrar al camarote y el cual en un segundo ya estaba encima de la mesa mirándole directamente a los ojos y restregándose contra la mano que de nuevo aguantaba la pluma. 

– ¿Cómo lo haces? – le preguntó – ¿Cómo consigues abrir la puerta, ¿eh? Eres muy oportuno, acaba de matar al malo…siii, hijo, los villanos no sobreviven, al menos en mis novelas no. ¡Ay! Mi viejo judío pelirrojo… 

Ella misma no sabía por qué le gustaba llamarlo así, y mientras sus dedos se hundían entre su largo pelo, estaba enormemente disfrutando de este momento de intimidad y ternura, aunque no podía evitar hacer a sí misma la pregunta de siempre » ¿Por qué se sentía criada de este animal y a la vez estaba tan cómoda con este papel? ¿Por qué permitía mucho más al gato que a cualquier ser humano que intentaba acercarse a ella?» A él se le permitía estar en sus brazos, dormir con ella, aunque sea en los pies de la cama.  A él se le permitía estar en el escritorio cuando ella intentaba escribir, e incluso, cuando Rubí en un arrebato de hiperactividad y deseo de jugar le manchaba o rompía sus manuscritos, Mónica no se enfadaba.  

– Si que tienes razón, amigo mío, a la basura… ¡Es una mierda! – decía ella intentando encestar la bola de papel arrugado a la papelera.  

Solamente una cosa le provocaba algo parecido al enfado, cuando la foto de una chica de unos quince años se caía al suelo arrojada por la cola de Rubí. Era la foto de su hija. 

Mónica ya no se acoraba desde cuando no quería saber nada del mundo exterior, no se acordaba desde cuando la repulsión al hombre la llevó a vivir totalmente aislada en un barco y desde cuando su gato se convirtió en su único confidente.  

Bueno, antes, no hace mucho, también estaba Pilar, la psicóloga. Aunque ya ni ella misma sabía si le decía la verdad o estaba haciendo el papel de alguna de las protagonistas de sunovelas.  

Pilar afirmaba que las relaciones de Mónica con Rubí y con los personajes que tomaban vida en su cabeza, eran enfermizas y aunque estas afirmaciones la ponían demasiado nerviosa, seguía yendo a la consulta.  Acudía a aquellas sesiones de terapia pese a que dejó de creer hace mucho tiempo que Pilar era capaz de sacarla del pozo, en el que ella sin darse cuenta se metió.  Quizás, lo hacía porqué entonces Pilar era la única que todavía la unía con el pasado y que le ayudaba no perder la cordura del todo en el presente, o quizás, porqué necesitaba demostrar a esta mujer tan correcta en todo, tan calculadora y a la vez tan ingenua, que la verdad no estaba donde ésta se lo creía, que en realidad había más verdad en las historias de terror de Mónica por muy enrevesadas e increíbles que eran. 

Ella recordó la última sesión con Pilar…  

Dos semanas antes. 

Aquella sesión fue totalmente improvisada. Mónica había venido a la ciudad para comprar una medicina para el gato y llamó a la consulta para ver si podía ir esa misma tarde, tenía suficiente confianza para ello.  Nina le confirmó que Pilar tenía un hueco disponible para atenderla sobre la marcha y que ella se encargaba de avisar a la psicóloga. Nina era la secretaria de Pilar.  Era muy profesional y parecía que nunca se le escapaba ningún detalle.  En realidad, parecía más una hermana de Pilar y no su empleada, hasta físicamente eran casi idénticas. 

La consulta de Pilar no era grande pero confortable  y muy bien pensada.  Los muebles clásicos de roble,  una gran librería, toda la decoración trasmitía paz y harmonía.  Los clientes nunca se llegaban a ver,  pues la habitación donde la psicóloga recibía a los clientes tenía dos puertas: una de salida y otra de entrada, tal como salía un paciente, entraba otro, primero a la recepción y después al gabinete. Con una buena programación y control de la agenda nunca debían haber surgido  los imprevistos.   

Al menos hasta aquel día, el día que se torció todo,  por muchas medidas que se había tomado Pilar, Mónica pudo ver la visita anterior de la psicóloga.  

Ella llegó antes del tiempo. Nina estaba al teléfono cuando le abrió la puerta y nada más dejar entrar a Mónica le dijo: 

– Disculpa, ahora vuelvo, no te importa quedarte sola un momento, ¿verdad? 

Mónica ya se acomodó en el sofá y le asintió con la cabeza, no le apetecía hablar ni si quiera con Nina, aunque le caía bien. 

De repente Mónica se dio cuenta que la puerta del gabinete no estaba cerrada del todo… 

Sin pensárselo demasiado ella se levantó del sillón y se acercó. La curiosidad de la escritora superó a la educación.  

La voz de Pilar siempre era muy apacible, pero esta vez había algo más en ella, algo parecido a inseguridad, como si le costase encontrar las palabras, Mónica casi no llegaba a definir su murmullo. 

– Intente a recordar ¿cómo empezó todo? Le va ayuda a entender porqué lo hace… – por fin pudo distinguir una frase. 

– Ya le dije que no lo sé, ¡no lo sé! ¡No me acuerdo y me da igual! – le contesto una voz masculina, muy grave y agradable, parecía la voz de un cantante de ópera. 

Mónico se encogió de hombros, y antes de que su cerebro llegara a comprender, su cuerpo ya había reconocido al poseedor de esta voz. Por un momento le pareció que estaba desnuda y que no tenía piel, el dolor físico traspaso su cuerpo con tal fuerza que ella sentía descargas eléctricas con cada uno de sus nervios, el dolor la quemaba, no le dejaba respirar… seguía escuchando esa voz, y ya no sabía si lo estaba escuchando de verdad o sólo en su mente. 

– Usted no lo entiende y no lo va entender ¡jamás! – el hombre hablaba con una convicción absoluta –. Si Usted fuera capaz de sentir el placer que siento yo en este momento, en el momento de mirar a los ojos de mismísima muerte, ¡a lo mejor, entonces me comprendería! Me llaman loco por saber disfrutar, no… o no, es envidia, porque nadie es capaz de sent… ¡No! –  se interrumpió a si mismo –. No es eso… sino ¡Yo soy el único! ¡El elegido! Puedo y lo hago, cojo lo mío, ¡lo que me pertenece! Lo utilizo y… lo desecho –, le salió una carcajada… – Me quieren coger y meter a la cárcel o a un manicomio. Pero ni si quiera han podido demostrar mi culpa… ¿Y por qué, por qué lo quieren hacer? ¡Se supone que es por la justicia! Por favor, justicia. Nosotros, Usted y yo, sabemos que son chorradas para la chusma, una burla. Nooo, ellos… ¡Ellos simplemente no puedan aguantar que yo soy diferente! ¡Soy libre! –, terminó su monologo agotado por la propia exaltación. 

nica se acercó más la puerta entre abierta e intentó ver lo que pasaba dentro de la habitación. 

 Pilar estaba sentada en el sillón, con la espalda separada del respaldo, muy recta, con las manos en las rodillas y con la mirada totalmente ausente. Sígnea melena contrastaba con el color blanco de su piel, estaba más pálida de lo habitual, y sus ojos eran tan negros que no expresaban emoción alguna Sin embargo, Mónica que la conocía bastante, comprendió que Pilar estaba totalmente aturdida, parecía totalmente perdida e incluso asustada. El miedo se sentía en aquella habitación de tal manera que parecía haber posible cortarlo con un cuchillo. 

Mónica buscó con la mirada al hombre que acababa de escuchar… Él estaba de espalda a la puerta mirando por la ventana. Alto, fornido… Ella había reconocido su figura. Ya no quedaba ninguna duda, era él.  

Todavía incrédula, Mónica fue al baño, ya no quería escucharle más, le bastó con reconocerle.    

Se echo agua fría a la cara… Se estaba mirando al espejo y no se reconocía en este reflejo. Aquella mujer despeinada, con las raíces canosas no era ella.  Imposible que ella tuviera tantas arrugas y estos ojos tan tristes… Estaba estudiando su rostro con tanta ansia y tanta atención que parecía no haberse mirado al espejo desde hace años… 

– ¿Esta soy yo? – dijo en voz alta. Y seguía ya más tranquila –¿Qué vas a hacer querida?  Esto no es una de tus novelas, esto sí que es vida, vida real… ¡REAL! ¿Entiendes? ¿Y ahora qué?  

La mujer que la estaba mirando desde espejo no sabía que contestarle… 

Cinco minutos más tarde Mónica salió del baño y entró a la habitación, donde la estaba esperando psicóloga. 

– Hola, Mónica. ¿Cómo estás? – era evidente que la frase le salió forzosa, por algo había que empezar, pero no conseguía desconectar de la visita anterior y esto también era evidente. 

– Bueno, ¿lo quieres saber de verdad? ¿O solo por cortesía? Pues, no hace falta ser cumplida conmigo, ya lo sabes… ¡y hoy menos! – añadió Mónica observando la mano de Pilar que estaba tachando algo en su agenda con tal ímpetu que la punta del lápiz al final se rompió. 

– Hoy no , repitió. 

– ¿Y por qué hoy? ¿Qué ha pasado hoy? – por fin levantó la vista Pilar. 

– Pues, hoy hace seis años ya…que ella se había ido… 

– ¡¿Ella?! No se llamaba “ella”. No. Se llamaba Sara. ¡Sara era su nombre! Creo que ya va siendo hora de que la llames por su nombre, era tu hija, ¡por Dios! – de repente levantó la voz Pilar. 

– Tú no entiendes nada…– intentó interrumpirla Mónica. 

– No, no me digas esto, ya me habían dejado muy claro hoy que poco entiendo yo de la gente y quizás de la profesión. Pero tú no me digas esto, tú ya no eres solo mi clienta, casi te considero mi amiga . Pareció que estaba a punto de empezar a llorar, cogió el vaso de agua y empezó a beber con tantas ganas, que el agua rebosaba mojándole la camisa, pero a Pilar, siempre tan pulcra, parecía no importar eso  Mónica, han pasado seis años desde que tu hija murió. 

– ¡No murió! ¡No lo digas así! – gritó Mónica, –yo la encontré en mi propia casa, en su casa, donde se suponía que ella estaba segura. ¡Ha sido violada y asesinada! ¡Lo sabes! Y después… tú sabes que pasó después… Él está libre, no les sirvió mi testimonio, casi me llamaron loca por acusar a este hombre. Claro, ¿cómo podría ser él? Era imposible, tan bueno, tan importante, … aporta tanto a la ciudad… ¡Mierda! Todo es una mierda… yo les dije que lo vi, que lo escuché… pero nada… Estoy cansada…– terminó Mónica bajando la voz, –seis años, seis largos, interminables años, día tras día yo tengo que vivir con esto… y pensar, que si hubiera llegado treinta minutos antes, no hubiese pasado nada… Seis años estoy viviendo en una cárcel, ¿lo entiendes? Y esta condena no tiene fin…– terminó tragando sus lágrimas, no quería que Pilar la viera llorar, ahora no… 

– Mónica, cariño, ¿quién mejor que yo para comprenderte? – la voz de psicóloga se volvió a ser dulce y tranquilizante –. Quizás tu gato, aunque sabes que lo odio, reconozco, seguro que él te comprende… pero querida, tienes razón, son seis años, ¡seis años! Basta ya de torturarte, es hora de que salgas a fuera, tienes todo a tu alcance, ahora que tienes fama, dinero… ¡Vive, disfruta! Al menos intenta, es lo que hubiera querido Sara para ti… suena banal, lo sé, pero es la verdad. 

– Sara hubiera querido estar con su madre – rechistó Mónica. 

De repente Pilar se puso de pie y se acercó a Mónica, estaba furiosa. 

– ¿Sabes que te digo? Eres una cobarde, eso es lo que eres… 

– ¿Cómo? – Mónica levantó la mano, parecía que iba a dar una bofetada a Pilar, pero la psicóloga siguió totalmente exhausta pero incapaz de detenerse. 

– ¡Sí! ¡No eres capaz de vivir en un mundo real! ¡No eres capaz de bajar a tomar un puto café! Te inventas estas historias horribles, estos asesinatos sin sentido, te consumen, te aniquilan y te ganan tus propios miedos… no puedes tomar decisión y enfrentarte a ellos, ni si quiera lo intentas… Por eso tú eres una cobarde…  

– ¿Yo? ¡¿Yo?!… ¿Dime, tú sabes con quien tuviste la consulta anterior? – ahora Mónica se le acercó buscando su mirada. 

– Mónica… 

– ¡No, o no! ¡No me interrumpas! – parecía que le faltaba aire, estaba casi ahogada, pero seguía – ¿Tú sabes quién era? Veo, lo sabes… ¿Y qué vas a hacer? ¡Valiente! ¿Ah? Tú sí que eres valiente, ¿no? Él te acaba de confesar… ¡Yo sé¡Os escuché! 

 Mónica, no es tan fácil. Yo estaba segura que no era él, tú sabes…– intentó defenderse Pilar – hasta hoy… estaba segura… todo se puede arreglar… perdona por no confi 

Mónica no le dejo terminar. 

–¡No me digas! No es fácil… – le entró la risa – ¿perdona? – no paraba de reírse –¡Se puede arreglar!  Arreglar el ¿qué? ¿A caso me puedes devolver a mi hija? 

Mónica se acerco a la oreja de Pilar tan cerca que ésta sintió el aire caliente saliendo de la boca de la escritora que le estaba susurrando sus últimas frases, 

 Pues ¿sabes? ahora tú enfréntate a la verdad. Tú tampoco me creíste…  Yo solo te puedo preguntar ¿qué vas a hacer tú? ¿Serás una cobarde cómo yo?  

De repente Mónica se sintió absolutamente tranquila, la decisión que se estaba cuajando mientras duraba la bronca tomó por fin la forma definitiva. Ya desde la puerta de salida le dijo, 

 –¿Y yo?  Yo te voy hacer caso, dejaré de ser una cobarde, ahora lo veo todo tan claro. Haré lo que tengo que hacer. Bien, para empezar, me voy abajo a tomar ese famoso café. 

Ella ya no escuchó las últimas palabras de Pilar, ya no le importaba, sabía que no volvería hablar con ella.  

Casi chocando con la puerta de la cafetería, entró, pidió un café y se sentó al lado de la ventana, y por primera vez en seis años se sintió relajada y libre. 

En su cabeza se estaba formando un plan, un plan perfecto e impecable  

” ¿Como dijo él? ¿Que era el elegido?”  Bueno, quizás ella no era la Elegida, pero a partir de ahora su vida volvía a tener el sentido, ahora ella tenía un objetivo que cumplir… 

Y sólo una pregunta no le dejaba sentir la plenitud de satisfacción,    

”¿Por qué, por qué no lo había hecho antes?” 

©Natalia Koer

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