FERIA

̶ María, ¡no puedes llevar al niño a la feria! ¡En su estado, lo va pasar fatal !̶ Pedro se mordió la lengua para no llamar a su mujer “loca”. Estaba apoyado en la mesa de la cocina intentando aflojarse el cuello de la camisa. No entendía las ganas de María de complicarlo todo. ¿No estaban bien como estaban? Él trabajando, María encargándose de la casa y de Álvaro, que además hacía poco había vuelto al colegio. Pedro hubiera preferido no apresurar las cosas, sin embargo, María estaba siempre inquieta intentando tomar decisiones por su cuenta e inventando maneras de “mejorar” la vida de los demás.

Pero aun estando enojado, le costaba discutir con ella, se perdía en la mirada de Maria. Ella tenía un poder inexplicable sobre él. A pesar de lo frágil que parecía, tenía un carácter tan fuerte que era imposible resistirse a ella.

̶ ¿En qué estado Pedro? ¡No le funcionan las piernas, pero por lo demás, gracias a Dios, es un niño sano! Ya hay que ir superandolo, ya ha pasado más de un año y medio desde el accidente –, Maria levantó la mano antes de que su marido pudiera seguir contradiciéndole.  ̶ Está decidido Pedro, no voy a echarme atrás, iremos y punto.

 Pero esta vez su marido no estaba dispuesto a ponerselo facil.

̶ Sabes que no le gusta la multitud, que se agobia. ¡Y él no quiere ir! ¡Llevas días convenciéndolo!̶  Pedro se le acerco y bajando la voz le dio el último argumento, convencido de que era indiscutible.  ̶  Y además está ese niño del sexto, ¿cómo se llama? Ah, Daniel, siempre se mete con él, seguro que estará ahí con otros niños, yo no podré protegeros porque no puedo acompañaros, ¡tú no podrás sola!

̶ ¿Que yo no podre sola? Parece que no me conoces… y los niños siempre se meten con alguien, pero siguen siendo solo unos niños ̶. María zanjó la conversación y se dirigió para la sala de estar, ahora faltaba convencer a Álvaro, su hijo. Pero algo la la detuvo antes de salir, se acercó a Pedro, le toco la espalda, él  se dio la vuelta y ella se puso de puntillas para alcanzar su cara con las manos.

̶ No te preocupes, Pedro ̶, le estaba tocando su cara como si fuera invidente, reconociendo con los dedos cada arruga,  cada recoveco del rostro de su marido ̶. Mira que ojeras tienes, amor… Sé que trabajas muy duro y que estás cansado. Todos estamos cansados. Pero tenemos que vivir, Pedro. No podemos dejar que esto nos venza. Por nosotros… y por él. Así que te prometo que todo irá bien ̶, terminó la frase casi susurrando. Se escondió en el pecho de su esposo y se quedó quieta.

̶ Pero es que tengo miedo, Maria, siempre tengo miedo por vosotros, ¿y si pasa algo?̶ 

̶ ¡Shh!̶ Maria le puso su mano en la boca.

Él la levantó del suelo, la abrazó tan fuerte que podría parecer que le estaba haciendo daño, pero a ella le gustaba notar esa fuerza suya, se sentía protegida. Se quedaron un rato abrazándose los dos. Parecían dos ramas entrelazadas y unidas por un mismo tronco.

Más tarde María entró en el salón. A primera vista no había nada especial en esta habitación, un salón igual que cualquier otro de una casa de una familia humilde y trabajadora. Solo al prestar más atención se notaba que los muebles estaban distribuidos entre si de una manera un poco extraña. Era  como si quién las pusiese hubiese hecho todo lo posible por dejar  un espacio concreto entre una pieza y otra, como si formasen caminos marcados.

Álvaro estaba delante de la ventana, como siempre con un libro entre las manos, aunque no lo estaba leyendo, estaba mirando a la calle. Podría estar horas así, sin moverse, sin leer…

Cada vez que ella lo veía en este estado de ausencia absoluta, se le helaba el alma, pero era incansable en sus intentos de sacarlo de ahí y a veces, incluso lo conseguía. Todo su ser se revelaba, se negaba aceptar esa imagen de Álvaro recluido en la silla de ruedas, que parecía un poco más grande de lo necesario, no porque lo fuese, sino porque él estaba muy delgado y parecía más pequeño de lo que era en realidad.

Álvaro al ver entrar a su madre  puso las manos en las ruedas de la silla y se acercó.

̶ Mamá, te he oído, por favor, por favor, mamá, no quiero ir…

Algo sorprendida por su reacción, al parecer, Álvaro no estaba tan ausente, lo interrumpió, se agacho y abrazándole le dijo al oído,

̶ Confía en mí, soy tu madre, y todo lo que hago lo hago por tu bien. Vamos ir a la feria juntos, y nada podrá cambiar mi decisión, así que en vez de ir amargado, intenta disfrutar, hijo ̶. Se le encogió el corazón al ver los ojos de su hijo con las pupilas dilatadas hasta casi cambiar su color verde a negro.

Ella se sentó en el sofá y siguió,

̶ ¿Te acuerdas? Antes… – hizo una pausa de un milésimo de segundo “¿lo estaré haciendo bien?” y siguió, ̶ ¿Te acuerdas, antes  del accidente, no nos perdíamos ni un día de la feria? – Álvaro la estaba escuchando con los ojos húmedos, pero no le contradecía, conocía muy bien a su madre y sabía que todo lo que le podría decir ahora, no le serviría de nada.

̶ Desde chico te gustaba aquello ̶. La voz de María era melódica y muy dulce, parecía estar hipnotizando al niño. ̶ Imagínate, otra vez entrar en aquella plaza, con esas luces en los naranjos que a ti siempre te recordaba la navidad. ¿Y la Portada de la feria? Tenias que pasar por el arco una y otra vez, una y otra vez. ¿No te pica la curiosidad saber que pinta tiene este año? – María estaba absorta por los recuerdos y se estaba entusiasmando cada vez más.  ̶ ¿Y las casetas? ¿Te acuerdas?  Entrabamos a cada una de las casetas, gracias a Dios, es un pueblo pequeño, porque en Sevilla eso sería imposible ̶, se rió y consiguió arrancar una sonrisa al niño, aunque mezclada con lágrimas que se le deslizaban por las mejillas.

Álvaro ya se dejaba contagiar por la emoción de su madre aunque no estaba consciente de ello.

̶ Mamá, ¿y tú te acuerdas como hacíamos nuestra lista poniendo notas a las casetas y después votábamos cual era la mejor? ̶  dijo más animado.

̶ ¡Sí! Claro, ¿cómo no me voy a acordar? ¡Siempre estábamos discutiendo!

̶ Y papá siempre nos picaba ¡jajá! ¿Y te acuerdas cómo yo quería montar solo en el Ratón Vacilón? Y tú ya no podías subir más conmigo y estábamos buscando con quién podía montar por qué tú no querías dejarme subir solo y papá nunca monta en nada…

̶ Ya, hijo, es que tenias solo 6 años…eras muy chico – María estaba acariciando el pelo de su hijo, “qué mata de pelo tiene, igual que su padre” pensó. ̶ Hay que cortarte otra vez el pelo, hijo, hay que ve lo rápido que te crece ̶, intentó cambiar el tema.

̶ Pero, mamá, no puedo montar en los cacharros, ¿para qué voy a ir? ̶ no se dejaba convencer Álvaro y  otra vez sonaron lágrimas en su voz.

María tomó su cabeza entre las dos manos, se acerco tanto a él, que el niño pudo sentir su aliento en la piel, ella le miró a los ojos directamente y cuando consiguió que no desviara la mirada, le volvió  insistir. ̶ Confía en mí, te lo vas a pasar bien ̶ .

Álvaro le cogió la mano y suspiró, ̶ Está bien, mamá, vamos ̶ .

Para llegar a la Feria había que atravesar la plaza Mayor del pueblo. A esas horas estaba llena de gente caminando en la misma dirección que ellos. María  intentaba no echar cuenta a las expresiones de pena que tenían las caras de los vecinos saludándole. Ella empujaba la silla de ruedas con tal porte que parecía acompañar al mismísimo Rey. Álvaro sin embargo, aun estaba tenso, se agarraba a la mantita que le cubría sus piernas con mucha fuerza y y parecia estar contando los adoquines de la calle.

Pero cuando vio el Arco de la entrada de la Feria, su mal humor y toda la tensión se esfumaron.

̶ ¡Mamá, que bonita! ¿Sabes, que tiene más de diez mil bombillas? Lo he leído en el periódico. Mira mamá, ¡cuántos colores, verde, rojo, jooo mamá el azul, mi preferido! ¿El tuyo también es azul verdad, mamá? Es tu color favorito, ¡yo lo sé!̶  Álvaro hablaba tan rápido que María tuvo que tranquilizarlo.

̶ Respira hijo, respira ̶ , dijo ella riendo, hacía mucho que no había visto a su hijo tan emocionado.

̶ Mira, mamá la bandera de España y de la Andalucía. ¡Ahí arriba, mamá! Qué grande es, la portada, ¿verdad?

̶ ¡Si, hijo, es enorme! ¿Vamos?

̶ Espera, déjame un poco más, quiero ver los… orna… orna…

̶ Los ornamentos, hijo ̶ le ayudó Maria

̶ Si, los ornamentos ̶, por fin le salió la palabra atacsada. ̶ He leído que este año el tema de la portada es la amistad entre la cultura musulmana y la nuestra, mamá, ¿tú lo sabías?

̶ No, la verdad es que, no. Pero me parece muy bien.

Y así, charlando, se sumergieron en el bullicio de la feria.

̶ ¡Mamá, cuidado! ¡Caballos! ¡¿No lo ves?!

María esquivó a la carroza que paso justo por delante de ellos. “Pensaba que a esta horas ya no hay caballos en la Feria. Sería la última carroza…” pensó Maria. “¡Qué suerte, la mía!”

̶ ¡Vaya susto! Que ruido, hijo. Tendremos que gritar un poco para escucharnos, ¿no?- y se agacho a darle un beso a su hijo.

̶ ¡Mamá! ¡Mira! Algodón de azúcar, cómprame, anda, porfi…

̶ Sabes que no me gusta el algodón, casi te ahogas una vez… ¿no prefieres los gofres o buñuelos?

̶ Bueno, vale. Buñuelos…̶ dijo Álvaro con resignación, no le apetecía nada estropear la armonía de la tarde. Solo tenía 8 años, pero a veces se portaba y hablaba como un niño  mayor. ̶ Mama, no quiero ir a los cacharros, mejor vamos por las casetas, comemos algo y nos vamos.

̶ Ya veremos, no tengas prisa por irte, hijo, acabamos de llegar. Mira el alumbrado, parece que las luces están dibujadas, ¿ves cómo cambian de color? y de repente se ve otro dibujo, ¿no te parece increíble? Siempre me he preguntado ¿cómo es posible que los hagan tan bonitos? ̶

Después de pasear un rato por las calles de las casetas, la madre e hijo por fin llegaron a las calles de las atracciones. Éstas los recibieron con una mezcla de olores, música, voces y multitud de colores diferentes de luces y vestidos de mujeres y chicas que iban bailando y cantando, regalando sonrisas y miradas de alegría a cualquiera que se cruzase por el camino.  Álvaro estaba relajado y realmente disfrutaba de la Feria. Escuchaba la voz de su madre “perdona, perdona, por favor, ¿me deja pasar?”.  La escuchaba jadear y se sintió un poco culpable, pero a la vez, no podía evitar de disfrutar, se sorprendió estar divirtiéndose aun estando en la silla de ruedas, era algo inesperado y muy agradable, le recordaba los tiempos de antes del accidente

Por fin,  se acercaron a la atracción preferida de Álvaro, al “Ratón Vacilón”.

De repente, la cara del chico cambió de expresión.

̶ Mamá. Estoy cansado, vamos a casa.

̶ No, Álvaro, déjame pensar. A ver, podemos subir por la rampa, eso no es un problema y en realidad,  podría pedir ayuda para que cuiden de la silla o podría buscar a alguien que suba contigo.

Mientras pensaba, María estaba observando a las personas que esperaban en la  cola de la atracción. Su mirada se paró en un grupo de niños, algunos tenían la edad de su hijo, pero la mayoría parecía tener diez-doce años. Había reconocido a uno de ellos…

̶ Álvaro, espera aquí un segundo, solo un segundo ̶, y sin esperar su respuesta, se fue toda decidida hacia los chicos, “solo es un niño, solo es un niño” se decía a sí misma.

̶ Daniel ̶, llamó a uno del grupo, ̶ Daniel ̶,  le tocó el hombro y el chico se dio la vuelta.

̶ ¿Sra. María?  ̶ parecía estar algo incómodo ̶. ¿Qué, qué pasa? ¡Yo no hecho na..!

̶ No, hombre, no pasa nada, solo quiero hablar contigo un momento. Necesito tu ayuda.

̶ ¿Mi ayuda? ̶  Ahora él sí que no entendía nada. ̶ Hábleme más alto que no la oigo por el ruido.

̶ Necesito tú ayuda. ¿Podrías montarte con mi hijo en el Ratón Vacilón y yo te pago la entrada y te regalo una más?

̶ ¿Pero cómo?… ¿No sabe que no somos amigos? ̶ Y la miró desafiante. ̶ ¿No me va decir nada de las cosas que dije a su hijo? ̶  Parecía que la estaba provocando, el primer asombro ya se le estaba pasando…

Pero entonces, vio a Álvaro, sentado en su silla, agarrado a su manta como si escondiese detrás de un escudo. Le chocó y  le pareció absurdo el contraste entre toda la alegría que se desperdiciaba alrededor, con la tristeza tan profunda que desprendía aquel niño. Le inquietaba ver a  este chico minusválido, que en realidad, no le caía mal. Si le preguntaran, sería incapaz de dar las razones por las que se metía con él en el colegio. Quizás le molestaba el sentimiento de culpabilidad que provocaba en él ese pequeñajo, se rebelaba contra ello y reaccionaba de la única manera que sabía defenderse en la vida, atacando.   “¿Qué pinta él aquí?” pensó. Le fastidiaba la mirada penetrante de María, la que ya no le decía nada más, pero tampoco apartaba sus ojos de él.  Pero más todavía le molestaba Álvaro, le miraba a Daniel, como si éste fuese su  único salvoconducto de poder pertenecer a este mundo de colores. Se sintió manipulado, pero le cogió tan por sorpresa la petición de María, que no supo cómo reaccionar. Sin saber por qué, era incapaz de comportarse con el habitual desparpajo. De repente, él se sintió más adulto que la mujer que tenía delante.

Se volvió a su grupo, les dijo algunas palabras y todos se dirigieron a Álvaro.

Le  ayudaron entre todos, lo cogieron en brazos y lo subieron a la atracción, sin esperar la cola, aun que  nadie protestó, todos parecían involucrados en lo que estaba pasando. Los adultos solo se apartaban, no intentaban ayudar, como si todos entendieran que estos niños en estos instantes no eran tan niños y no necesitaban ayuda de nadie. En algún momento reinó el silencio, ya nadie escuchaba la música de la feria, ni los gritos de los vendedores ambulantes de almendra frita, ni los sonidos agudos de las atracciones, solo el  latido de los  corazones de los chicos que sostenían en sus brazos el delicado cuerpo de Álvaro.

María se quedo abajo con la silla. Ya no estaba nerviosa, más que nunca estaba convencida de haber hecho lo correcto.

Álvaro apenas había salido de su casa  en el último año salvo al colegio. Y María deseaba que la vida de su hijo se cambiase. Ella ya no quería recordar nada de lo que había pasado. Ni de aquella llamada del policía, que rompió sus vidas en pedazos. Ni de las palabras tajantes de los médicos, que la privaban de toda la esperanza, por muy efímera que fuera, de que todo pudiera ser sola una pesadilla de la que algún día ella se despertaría. Ni como pasó rezando durante tres meses arrodillada junto a la cama de su hijo, pidiendo a Dios que saliera de coma y que volviera a ella. Tampoco quería recordar los tiempos después del hospital, cuando llego lo más difícil: asumir que su hijo no iba andar nunca más. No quería acordarse de lo que les costó crear una nueva rutina familiar… no quería recordar nada de esto.

Por fin se sentía libre y aliviada, por fin, sentía que todo esto se había quedado atrás, que se había acabado .

Al ver a su hijo de nuevo en brazos de los chicos saliendo de la atracción, no pudo aguantar más, lloro, dio besos a cada uno de ellos, aunque ellos se resistían. Quiso regalarles más tiquetes y dinero para las atracciones pero ellos no aceptaban ni una cosa ni otra.

Daniel estaba cortado, pero se acerco a María e hizo algo inesperado.

̶ Sra. María, quería pedirle disculpas…̶  agacho la cabeza, pero al sentir la mano de ella acariciándole su pelo, levanto la mirada,

̶ ¡Gracias! Daniel, ¡Gracias! ¡Me has hecho muy feliz!

̶ Bueno, de nada… ¡de nada! ̶  y se fue corriendo detrás de los amigos.

Aunque inmediatamente se paró y se giró.

̶ ¿Y tú?…Álvaro, eso… ¡ven a jugar al futbol con nosotros!

©Natalia Koer

4 comentarios en “FERIA

  1. Quiero felicitarte Natalia por dos motivos:
    En primer lugar por tu relato que me parece precioso y muy bien construido además de la frase final de Daniel que resume a la perfección que en la vida todo es posible y mas a esa edad. También me parecen muy equilibradas as descripciones del entorno con las descripciones anímicas.
    En segundo lugar felicitarte de todo corazón porque prácticamente has superado lo que te angustiaba a la hora de escribir: tu castellano es perfecto salvo alguna mínima cosa que ni tan siquiera tiene importancia.
    Así que para mí además de Nataliakoer.writer eres (con tu permiso) Nataliakoer.wrestler
    Mi mas sincera enhorabuena!!! Me ha encantado. Gracias por compartir tu sensibilidad.

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  2. Naty me he ligado a tu Blog !!! Y pues que grata sorpresa poder leerte en extenso. Una narración impecable, donde cada palabra, cada dialogo lo trasmites en imágenes. Ante un tema muy duro, has rescatado la lucha familiar ante un drama, la fuerza de voluntad y la fe de esa madre que no se rinde, y como broche el tema de la inclusión. Un niño que retoma su vida con la normalidad del caso. Has logrado también meternos en esa Plaza de eventos y fiesta, contenedora, para esta ocasión. Esta dicho solo falta decirte quevte felicito, te convoco a continuar y de a poco continuaré leyendo mas de lo tuyo. Mi abrazo.

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