El encuentro.

…Aquella mañana fue mundana y parecida a cualquiera de las miles anteriores, como si alguien las hubiera copiado sobre un papel de calco, con mucho cuidado y sin perder un solo detalle…

Al escuchar vibrar el móvil debajo de la almohada abrí los ojos. Al minuto me levanté intentando hacer los menos movimientos posibles, quité la manta con mucho cuidado y salí de puntillas de la habitación sin olvidar coger la ropa que preparé  la noche anterior, cerré la puerta del dormitorio poniendo el máximo esfuerzo para que crujiera lo menos posible, riñendo a mí mismo por no haber echado el aceite a las bisagras y jurando como siempre que sin falta lo haría. Me afeité lo más rápido posible, me vestí,  metí en el bolso los tápers con el desayuno y almuerzo que también los preparé a noche y por fin salí por la puerta.

Cada vez más, mis salidas al trabajo parecían huidas…

Mientras bajaba en el ascensor no podía evitar recordar  la tarde anterior…

Lo que pasó es que quise ayudar a mi mujer con la cena, no era complicado, íbamos a cenar una pizza casera, puse la verdura ya cortada por ella, la salsa y el queso  encima de la masa y la metí al horno. Con la conciencia tranquila de haber cumplido, me fui al salón hasta canturreando algo en voz  baja. Nada más ponerme cómodo en el sofá, entró ella.

-Pero, bueno, si acabo de poner bien la funda, y ya vienes tú y lo estropeas, ¡quita tus pies de aquí! La verdad, parezco vuestra esclava, todo el día detrás de vosotros…

Yo miré a la habitación, estaba impoluta… sentí nauseas, no era mi hogar sino un museo.

Mientras yo estaba pensando si busco los argumentos en mi defensa o paso del tema, la escuché de nuevo, esta vez era un chillido.

-¡Conchiles! ¿Pero qué has hecho? ¿Pero yo te lo he pedido? – ella estaba en la cocina.

-Tranquilízate, mujer, ¿qué pasa?- dije yo entrando, ella estaba agachada mirando dentro del horno y cuando se levantó, su cara era tan roja que yo ya no sabía si era por el calor del horno o por el subidón de adrenalina…

-No lo comprendo, ¡has puesto berenjena en la pizza! ¿Eres tonto?- estaba realmente indignada e incluso ofendida, en su voz sonaron las lagrimas.

Antes de que ella abriese la boca para seguir, puse los auriculares en los oídos y me fui al dormitorio, no me iba contar nada que yo no supiese ya de mí mismo, “Eres tal… eres cual… nadie me valora…nadie me quiere”… en fin, era muy mal marido, ya lo tenía asumido. Lo gracioso de todo esto era que ya no parecía afectarme.  Mi vida era pura inercia, casi sin emociones, todo me daba igual, o eso creía yo…

La puerta del ascensor se abrió con dificultad, por un momento me pareció que me iba a quedar atrapado ahí…

El día acababa de nacer, pero yo ya estaba cansado y saturado… “¿Hasta dónde puede llegar esta mujer en su enfado?” -pensé.  Ya no sabía cómo actuar con ella, intentaba simplemente pasar, ¿pero como puedes pasar de tantos portazos por nada? ya es que no sabía ni dónde ni cómo sentarme en casa para que no le provoque el ataque de ira. A veces tenía ganas de que se arreglase todo, incluso estaba seguro de que intenté hacer algo al respecto, pero cuando no sabes por dónde tirar, el final siempre resulta muy decepcionante, porque nunca sale bien. Pues, nuestra relación era igual, frustración absoluta, por mucho que intentaba o creía que estaba intentando, no la hacía feliz… pero era la madre de mi hija…y por lo tanto… es lo que hay…y en fin…así viven todos.

“¿Es lo que hay?”- con este pensamiento salí  a la calle. Era tan temprano que la urbanización estaba todavía a oscuras, solo algunas luces a lo lejos alumbraban los coches encima de la acera. Me paré un segundo intentando recordar donde había dejado el coche y exactamente en ese instante la vi. Ya había visto a esta mujer un par de veces, pero siempre desde lejos, sin embargo, me había fijado en ella…

La luz del portal, aunque era muy tenue, me ha permitido por un momento ver su rostro, solo por un segundo, pero suficiente como para dejar la sensación de satisfacción de ver una mujer atractiva. Era alta, morena y llevaba un vestido verde agua hasta las rodillas dejando al descubierto sus piernas, largas y muy finas.

Ella salió del portal de al lado, dijo “¡Hola!”  y se fue corriendo,  esquivando los coches mal aparcados e intentando mantenerse en la parte de la carretera que tenía farolas.

La volví a ver cuándo ya salía de la urbanización. Ella andaba muy rápido, estaba casi corriendo y eso que la cuesta era muy inclinada.

Paré el coche y de repente, sorprendiéndome  hasta a mí mismo, le pregunté si le podía ayudar y acercarla, aunque sea a la parada del autobús.

A veces hacemos cosas como estas, tan impropias para nosotros mismos, aparentemente tan extrañas, como la que yo acababa de hacer.

-No lo conozco, – dijo ella – no, gracias, mejor que no… – e intentó seguir.

– Somos vecinos de la urbanización, me acaba de saludar…no se preocupe, es que como veo que tiene tanta prisa, – no sabía cómo convencerla,  la expresión de sus ojos era una mezcla de miedo y sorpresa.

Ella paró al lado de una farola, me recordaba a una gata o más bien una pantera, quieta, pero tensa y alerta, algo angustiada. Estaba justo en el centro del círculo de la luz, parecía que estaba encima de un escenario… Mi mirada sin querer se paraba en los detalles de su figura: el cinturón blanco resaltando con el verde del vestido y señalando su cintura, los hombros,  el escote suficientemente profundo como para poder terminar con mi imaginación el dibujo de la mujer que estaba delante.

De repente ella tomó la decisión,

-¿Puede acercarme hasta la siguiente parada? Que de ahí salen más autobuses.

-Por supuesto- le sonreí.

Mientras ella se montaba en el coche no paraba de hablar, explicándome que no podía llegar tarde al trabajo de ningún modo, porque tenía las llaves del negocio. Se notaba que estaba algo incómoda y creo que estaba intentando excusarse a sí misma por haber subido al coche de un casi desconocido.

Yo no la escuchaba, solo la miraba… y su atractivo para mí era tan evidente como a la vez sorprendente.

Ahora pude ver su cara, tenía los rasgos muy pronunciados, brillantes ojos negros, muy expresivos, la nariz un poco grande y unos labios preciosos que parecían dibujados, muy carnosos y de un rojo tan oscuro que hacia dudar si era el carmín o el color de su boca. Tenía pelo negro, o así me pareció por la oscuridad de la mañana, un poco ondulado y despeinado, lo tenía tan corto que no podía no fijarme en su cuello, no sé por qué, pero la visión de este frágil cuello me provocó un amago de ternura, intenté imaginarla con el pelo largo y casi me quedé sin respiración. Ella seguía hablando, intentando mirarme directamente a los ojos, lo cual era muy difícil, ya que yo estaba conduciendo, pero cada vez que yo giraba la cabeza hacía ella, me encontraba con su mirada clavada en mí. Esa mirada suya, muy segura y profunda era tan desacorde con todo su comportamiento que me puse nervioso, sentí como se humedecían mis manos agarradas al volante, como si estuviera conduciendo por primera vez. Sentí mi estómago encogerse y mi corazón en la garganta, pensé que bien, que ella habla sin parar, apenas pidiendo respuestas a sus preguntas, porque yo no sería capaz de pronunciar ni una palabra, mi boca estaba seca. Ya me daba igual llegar tarde al trabajo, solo quería que todos los semáforos por el camino se pusiesen en rojo. Pensé en la edad que podría tener esta mujer, parecía joven, pero sin embargo, por lo que estaba contando, tenía que ser de la misma quinta. Ella ya estaba relatando algo sobre sus hijos y entendí que está criándolos sola. Su voz, un poco grave, y su olor a lilas han inundado mi coche, pero… ¡Dios! No quería que esto acabase. “Pero es que no dice nada especial, nada… ¿Por qué entonces, por qué?” Era ilógico, poco creíble, pero estaba viviendo un “déjà vu”.

 “Bueno, vale, la vi en la urbe”-pensé intentando encontrar una explicación razonable a todo…“¿pero y su voz?” la sensación de haber escuchado y de haber hablado ya con ella, no desaparecía, al contrario, iba a más, sentía como si ella ya fuese parte de mi vida y como si ésta no fuera la primera vez que nos  hubiéramos visto. Era imposible,  pero la seguridad que ella me es conocida cada vez más se consolidaba dentro de mí, en contra de cualquier razonamiento que pudiera haber. Me pareció tan cercana su manera de girar la cabeza,  de levantar su mano quitando el mechón de la frente y así dejar su cara totalmente al descubierto, como si estuviera diciendo “así soy yo, no hay nada más”…

¡Yo ya había visto estos gestos! ¡Ya la había sentido antes! … “¿Qué está pasando?’” – pensé – “¡Me estoy volviendo loco!”

Cuando llegamos a la parada yo estaba al borde de los nervios. Ella me miró de nuevo muy fijamente cómo si quisiera averiguar algo y abrió la puerta:

-Gracias por acercarme.

-¿Tomamos un café, algún día?- intenté pararla en el último instante.

Después de una pausa, parecía que se estaba armando de valor, soltó la pregunta expirando con fuerza:

-¿Estas casado?

-… Si…- tarde un segundo en responderle, pero le dije la verdad.

-Pues, ¡no! Yo no salgo con hombres casados, – y se fue corriendo al autobús que acababa de llegar a la parada.

El silencio que cayó sobre mí en el momento de ella irse, me pareció mi enemigo y a la vez mi salvador,  tendría que intentar aclarar mis sentimientos y necesitaba aquel silencio. Estaba sentado con las manos puestas en el volante y sin querer arrancar el coche. Empecé respirar muy profundo intentando tranquilizarme, me asustaba la sensación de que algo importante acababa de ocurrir. Ansiaba librarme de esta inquietud, quería y tenía que comprender: ¿qué es lo que acababa de pasar?, ¿por qué yo no quería moverme de aquella parada? y lo que de verdad deseaba es mandar a todo y todos a…tomar viento. ¿Por qué ?y ¿por qué tenía tantas ganas de que el autobús que se la llevó se estropeara y me  la trajera de vuelta?…

Miré el reloj, “ahora sí que llego tarde”- entendí, pero me daba lo mismo, no quería moverme.

Abrí la ventana y encendí un cigarrillo y de repente me vino un recuerdo a la mente…

Me vi a mi mismo con unos quince o dieciséis años tumbado en la orilla del rio del pueblecito donde yo crecí, me vi leyendo un libro y recordé esa sensación cuando estas totalmente metido en el papel del protagonista hasta el punto de que ya no sabes en que mundo estas…

Me vi a mí mismo en ese día con el libro ya cerrado encima de mis rodillas.

Me vi a mí mismo mirando al horizonte, soñando con la mujer a la que acababa de salvar el protagonista. Recordé el asombro que causó en mi aquella mujer, recordé el temblor que recorría mi cuerpo cuando página tras página se determinaba el dibujo y se tomaba la forma casi real de una mujer que era para mí y solo para mí, estaba recordando como la describía el autor del libro, lo veía tan claro: como hablaba cuando giraba la cabeza, como se abrazaba a sí misma en un intento de esconderse, como se encendía su cuerpo en el deseo a pertenecer al hombre, a su hombre… Me estaba acordando de mi mismo.

También recordé la decisión que se formó en ese día… estaba seguro de que iba a buscar a esta mujer, que era ella o nadie. No tenía duda de que ella existía y creía sinceramente que no me rendiría nunca en esta búsqueda. Lo creía entonces, hace muchos años y ya no sabría decir en que momento deje de creer y deje de buscarla…

¿O no? ¿O no he dejado nunca intentar verla en todas las mujeres que han pasado por mi vida?

Pensé que ya no importa. Con este recuerdo todo se aclaraba. Era la pieza del puzzle que faltaba.

Todavía quedaba su olor en el coche… todavía quedaba algo de ella, de la mujer de mis sueños.

Era ella, exactamente tal y como la imaginé.

Miré a la parada vacía, el autobús se fue hace ya un rato, yo empecé a respirar de nuevo a pleno pecho, algo ha cambiado en mí y no había vuelta atrás, quizás estaba volviendo a ser quien era… y sabía que no volvería a perderme nunca más.

“¡Joder! Has roto todos mis esquemas”- le seguía hablando en mi cabeza…

…Si alguien me preguntara ¿si yo tuve una premonición que aquel,  iba a ser el día que cambiaría mi vida? Le diría que no, no la tuve, pero así ocurrió…

©Natalia Koer

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