HOMENAJE A MI MAMÁ

Mi madre se ha ido para siempre hace mucho tiempo, hace más de 20 años. Se ha ido sin envejecer, joven para siempre. Solo tenía 48 años.

Ya he aprendido recordarla sin llorar por ella.

Desde que he sido madre, mi forma de pensar en ella se ha cambiado. Quizás, mi dolor ha dejado de ser egoísta, ahora me duele más por mis hijos, porqué nunca la conocerán.

Ahora, habiendo superado muchos obstáculos en la vida, habiendo aprendido ser feliz y querer a mí misma… Ahora, echo de menos la posibilidad de hablar con ella de mujer a mujer, ahora mis pensamientos tienen unas notas melancólicas de no haber podido ayudarle haber conseguido encontrar el camino hacia la felicidad.

Ella siempre está presente en mi vida, ella es la voz de mi conciencia y todavía la necesito.

No sé, si sería capaz de contar su historia…

Era un ser maravilloso. Siempre sonriendo, pasara lo que pasara en su vida. Siempre decía que los problemas hay que dejar atrás, en la casa y a la calle hay que salir con una sonrisa y buen humor. Y la verdad es que ella lo hacía, no sé como lo conseguía, pero lo hacía, y eso que no tenía una vida nada fácil.

Ella se fue de su casa a los 15 años, a estudiar a otra ciudad. Me contó una vez que en realidad, se escapó del control de su madre – mi abuela.

La abuela era bastante dura con ella y nada cariñosa. No la culpo, era rehén de su educación y prisionera de su propia experiencia vital. Mi abuela era como un roble, fuerte y severa, no es de extrañar, era una de las primeras mujeres bomberos en mi país, se jubiló siendo comandante.

Siendo muy jovencita había huido de las palizas de su marido con dos niños pequeños, mi madre y su hermano, y creedme en aquel país y en aquel tiempo era muy complicado tomar esa decisión. Las mujeres de post guerra solían aguantar a sus hombres, el miedo a soledad superaba el dolor físico. Pero se ve que mi abuela era diferente y nunca más se volvió a casar y crió sola a sus dos hijos.

Pero en la vida todo tiene su precio, o al menos eso dicen, y mi mamá pagó el precio de la infelicidad de su madre. No sabía cómo ser feliz.

La convivencia con mi abuela en algún momento se hizo insoportable y entonces, ella se escapó…o eso creía. Porque a estas alturas de la vida sé que las escapadas físicas no son reales mientras no te arregles desde dentro, mientras no estés en consonancia contigo misma.

A veces pienso que mis huidas son reflejo de aquel intento de mi madre protestar en contra de la realidad. Yo he seguido sus pasos en cado uno de mis intentos de cambiar mi vida.

En fin…

Con 17 años mi madre conoció a mi padre. Se conocieron en la boda de un amigo en un pueblecito, mi padre salió a fumar a la calle y allí la vio, hablando con un chico, tan pequeñita, morena pero de piel blanca-blanca, y tan bonita que era imposible de no enamorarse en ella, y él se enamoró en aquel mismo instante. Se acerco y le dijo que ella iba hacer su mujer. Al chico con el que estuvo hablando mi madre no le gustó nada lo que acababa de oír, no es que era su novio, no, pero claro, mi padre no era del pueblo, era un extraño… así que hubo incluso una pelea…

Después de aquello, mi madre y mi padre estaban escribiéndose cartas durante casi dos años, mi padre era un cadete entonces. Cuando él terminó los estudios cumplió su palabra y fue a buscarla.

Se casaron en primavera del 1969. Ellos no tuvieron una gran boda, mi madre no estuvo vestida de novia, no tenían ni dinero ni tiempo, a mi padre lo destinaron muy lejos, a una ciudad de Uzbekistán (Asia) y tenían que marchar enseguida, así que solo celebraron una cena muy modesta en casa de mi abuela. Creo que mi abuela siempre guardó una espina en su corazón por ello… Siempre estaba refunfuñando “ni si quiera un vestido nuevo, ni si quiera un velo… ¿será posible?”

Mi mamá tenía entonces solo 19 años, yo nací cuando ella tenía 20. Estábamos viviendo en «komunalka» en una habitación pequeñita en una aldea perdida en el desierto, en el «fin del mundo», que demonios, quito las comas, era fin del mundo de verdad, sólo era un cuartel militar alejado de la civilización… Mis primeros recuerdos de mi madre tienen un color amarillo transparente, seguramente porqué vivíamos en un sitio donde hacia muchísimo calor y había mucha arena alrededor, así me acuerdo del desierto.

Siempre estábamos juntas, mi padre estuvo viajando casi siempre, ya de mayor supe que cuando yo nací él estuvo en Egipto y se negaba a creer que nació una niña y no un niño, decía que hasta el último momento creía que era una broma y esperaba ver a un nuño al volver a casa.

Mi mamá estuvo bastante tiempo sin poder elegir un nombre para mí, esperaba carta de mi padre… pero él quería primero verme. Entonces mi tío envió un telegrama: «OS FELICITO CON NATALIA», y así se solucionó este pequeño problema. Hasta hoy estoy agradecida a mi tío, mi encanta mi nombre.

Pienso mucho en aquellos primeros años de su matrimonio, pienso en lo que tenía que sentir mi madre por su querido piloto, si aguantaba aquella vida tan dura sin quejarse nunca de ella.

Sabiendo todo lo que pasó después, viviendo la transformación de la relación de ambas en primera fila, no sé si era amor, pero lo que sí sé, que cuando miro las fotos de aquella época, solo veo a una mujer alegre y guapa.

Y no dejo de sorprenderme ¿cómo es posible?

Es que me consta hoy por hoy, que aquella vida no tenía nada de agradable. Mi padre nunca estaba, ella siempre sola, muy joven, con una niña pequeñita, sin ninguna ayuda, trabajando en la construcción, haciendo trabajo de hombre con solo 20 años.

Vuelvo a mirar las fotos… y solo veo a una mujer sonriendo, y me doy cuenta que no tengo ni una foto de mi madre sin sonrisa, ¡ni una!

Creo que empiezo a comprender en qué consistía la magia de esta mujer, empiezo a entender por qué toda persona que se le acercaba quería tenerla de amiga y por qué irradiaba la luz…Amaba la vida por encima de todo, por encima de su propia infelicidad, ella era la vida, autentica, con todos sus más y menos, y mucho más que podría decir sobre ella, pero algo tiene que quedar solo para mí.

«¡Mamá, como me gustaría ser como tú!«

*** Me asusta…asusta que cuando yo no estaré ¿donde se quedaran los
recuerdos de mi familia? Ni mis hijos, ni mis sobrinos no llegaron a conocer
sus abuelos maternos. No han tenido este privilegio. Es difícil transmitirles
como eran… Pero lo voy a intentar y a lo mejor volveré escribir sobre sus
vidas.

Hace poco leí una frase en Instagram, «escribir es robar a la muerte». Pues, lo soy, soy una ladrona.

Y por eso dejo aquí este escrito sobre mi mamá con la esperanza que
algún día sus nietos lo lean.

 

©Natalia Koer

 

10 comentarios en “HOMENAJE A MI MAMÁ

  1. ¡Tan emotivo y hermoso homenaje a tu madre! Si me has hecho pensar en la mía, tan incondicional y luchadora feroz! Pero sabes; Natalia solo como sugerencia en mi caso, yo pienso que jamás se ha ido, continuo viéndola esperando mi llegada para disfrutar de nuestras conversaciones sin tiempo. Sigue estando tan cerca…y así continuo disfrutandola. Un cálido saludo.

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  2. Ufff!!! Que emotiva historia contada con los sentimientos a flor de piel. Pienso que te llevaría tiempo escribirla porque no es fácil escribir con los ojos inundados de lágrimas. Sabes transmitir algo difícil: emoción intensa. Con tu permiso y pido disculpas si me excedo, tu madre, allá donde esté, debe sentirse la mujer mas orgullosa de una hija como tú, ya no por tu recuerdo de ella sino por ti misma, por como eres. No tengo palabras, solo un pequeño comentario: felicidades por tu gran corazón lleno de sensibilidad y tu destreza en transmitirla. Un abrazo Natalia.

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    1. Muchas gracias por tus palabas! Pues, si, cuando perdemos a nuestros padres cambia todo y cambbiamos nosotros, dicen ahí es cuando nos hagamos mayores de verdad, es el momento que se acaba nuestra infancia… Saludos

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