Me despierto por la luz parpadeante que inunda mi habitación, los dedos de los pies se encogen al sentir el frio del suelo, buscando las zapatillas. Me acerco a la ventana. Las letras del rótulo electrónico anuncian el fin del mundo cercano. “¡EL NÚMERO DE INFECTADOS SUPERA SESENTA MILLONES, ESTO YA NO HAY QUIEN LO PARE!”, “¡NO HAY INMUNIDAD AL VIRUS!”, “¡VACUNA YA!”. “Qué idiotas”, pienso “si no hay inmunidad, ninguna vacuna les ayudará”.
Abro la ventana, el cielo está muy cerca, parece que puedo tocar las nubes, son gruesas y negras, están a punto de parir la lluvia. Los edificios de la calle me miran con los ojos vacíos de sus ventanas detrás de las cuales no se aprecia ningún movimiento.
Hace frío, mucho frío para ser abril. El viento pasea a sus anchas por la ciudad sin encontrar ningún obstáculo a su paso. Una ráfaga cierra la ventana de un golpe. Apoyo mi cabeza en el cristal y sigo espiando cómo la mañana se cuela en mi cuidad con los pasos lentos y poco atrevidos, despertando el resto de sus pocos habitantes.
Y yo… yo los miro, los observo…Son unas hormigas asustadas… se han metido cada uno en su colmena, parecen estar juntos, pero en realidad están separados. Son repugnantes. Algunos todavía piensan que pueden cambiar algo, claman, exigen la vacuna, otros están optando por no luchar y solamente esperar cuando el virus les alcance. Ahí están, revolcándose entre la pena, victimismo y falso heroísmo. “¿Por qué a mí? ¿Por qué?” están preguntando, buscan la razón de lo ocurrido, buscan las respuestas donde no las hay… Hasta empiezo sentir lástima que nunca sabrán que todo esto es mi obra maestra.
̶ ¡Violeta! ¡Violeta! ¡Tráeme el café! ¿Dónde se habrá metido esta mujer? ̶
La puerta se abre y en vez de Violeta, entra un hombre. No lo conozco.
̶ ¿Quién, es Usted? ¿Quién le ha dejado entrar? No me gusta tratar con los desconocidos ̶ . El hombre no contesta, se acomoda en el sillón y me mira, creo que desafiante, aunque no estoy seguro porque las gafas de este extraño le cubren casi toda la cara, nunca he visto unas gafas tan grandes. –Tengo que vestirme al menos, ¡Váyase! ̶ Mi interior empieza arder y el corazón late demasiado deprisa, el silencio del hombre me inquieta “¿qué querrá? Lo se… claro, viene a por la formula…es otro Enviado…” Presión en el pecho me obstaculiza la respiración, abro la boca para coger más aire y suelto ̶ ¿Qué quiere? ̶
Por fin, canoso gafotas suelta con contundencia,
̶ Sabe perfectamente, para que vengo, señor Morel, y, además, ya nos conocemos, ¿no se acuerda? ̶
Me entran ganas de esconderme detrás de la cortina, pero no me atrevo moverme, si es el Enviado, se podrá esperar cualquier cosa de él.
̶ No, no lo conozco, ¿dónde está mi ayudante, ¿dónde está Violeta? ̶
̶ ¿Cómo se encuentra hoy, señor Morel? ¿Cómo ha dormido? ̶ dice, ignorando mis preguntas.
̶ ¿Dónde está Violeta? ̶ no reconozco mi voz, suena muy aguda, estoy temblando, pero no estoy seguro si es por el miedo o por la ida que empieza apoderarse de mí. ̶ ¿Qué le habéis hecho? ̶
El hombre de bata blanca no me responde, inclina la cabeza y se quita las gafas, se pone a limpiar los cristales y yo me fijo en sus dedos, cortos, gordos, con los pelillos negros y largos que se ven desde lejos. Está demasiado tranquilo. Levanta la vista y la clava en mi cara. Mi estomago se encoge y todas mis entrañas se congelan al instante, entendiendo que estoy solo y que no volveré a ver a Violeta.
̶ Señor Morel, llevamos días con lo mismo, ya sabe, queremos saber ¿dónde escondió la documentación? ̶ por fin, escupe el desconocido.
̶ Sabía que es por eso, usted es uno de ellos, quiere saber la formula. Ha ha, ¿de verdad cree que se la voy a dar? ¿Para qué? ¿Para salvar a unos cuantos imbéciles? ¡No se lo merecen! ̶
̶ Pero señor Morel, ¿no le gustaría convertirse en el ….? ̶
̶ ¿En quién? ̶ no le dejo terminar, vuelvo a sentirme con fuerzas, ̶ ¿En un héroe? ¿En el salvador del mundo? Usted no comprende, ya lo soy, ya he salvado el mundo de la escoria humana, de gente como vosotros. ¡Sois vosotros, los que habéis envenenado a la humanidad y a toda la Tierra! Os avise, pero me dijisteis que yo estaba loco, y ahora aparecéis arrastrándose, pidiendo que os salve… ̶
̶ Está bien, no quiere salvar al mundo, ¿pero y a Violeta? ¿A ella tampoco? No le quería decir, pero Violeta también está contagiada, ¿a ella tampoco le ayuda ̶ el hombre se levanta y se me acerca. ̶ ¿Dónde está la formula? ̶ susurra.
Algo cambia en la habitación, la luz parpadea y el sonido de la voz del hombre de blanco se agrava, mis piernas se flojean.
̶ ¿Violeta? ̶ me cuesta pronunciar su nombre, “no, no puede ser, ella no… no quería que ella…¡Dios, Dios! Como me duele la cabeza”, noto como mi cuerpo se cae lentamente al suelo arrastrándose por la pared, “¿Dónde?¿Dónde la escondí?” refriego con las manos mis sienes, intento acordar la última vez que vi la formula, pero mi memoria hace mucho que no me obedece… De repente, las imágenes borrosas pasan ante mis ojos con una velocidad mareante. Mi laboratorio, Violeta con traje de seguridad sonriendo tras el cristal, mi mano sujetando lajeringuilla, los ojos de Violeta con las pupilas dilatadas…escucho mi voz “nadie sabrá, nunca podrán adivinar…” Siento como se impregna mi pijama del sudor… La luz y un ruido incesante me hacen perder el conocimiento.
Yo ya no veo como el hombre de bata blanca se agacha e intenta sujetar mi cuerpo que parece querer desintegrarse por convulsiones, no escucho como él llama a más personas que vienen corriendo y no siento como me paralizan con la camisa de fuerza.
No veo, como este mismo extraño coge una carpeta y hablando en voz baja consigo mismo apunta algo en ella, como tampoco veo la caratula de esta carpeta:
“Paciente Jhan Morel, disociación de personalidad a causa de COVID 19”.
©Natalia Koer